Opinión

¿Quién quiere tener hijos pudiendo ver Netflix y gozar de sexo sin compromiso?

¿Quién quiere tener hijos pudiendo ver Netflix y gozar del sexo sin compromiso cuando desee?

Nunca colgué cuadros en esta casa. Tampoco pinté las paredes a mi gusto ni me compré ningún mueble que me encantase. Todo era beis y aburrido, simple y funcional, pero no me importaba: era un hogar de paso. ¿Para qué cogerle cariño y gastar dinero y fuerzas si va a ser pasajero? Esto lo pensé cuando me independicé, a los 26 años, y algunos años más tarde lo seguía creyendo. Aquel año adopté a mis dos gatas y fue pasando el tiempo y ahora estoy a seis meses de cumplir los 30 y el tiempo ha volado, sigo en esta casa y las paredes siguen estando beis. Y odio el beis.

Últimamente, no obstante, ha habido un cambio, y parece ser el principio de un fin. Véase: estoy comprando muebles que me encantan para el piso. He cambiado la distribución y he pintado mi escritorio de un color vivo. También he comprado una alfombra aguamarina de pelo a juego con mi nueva silla de terciopelo para trabajar. La semana que viene comenzaré a pintar las paredes para sacar ese horrendo beis. Sigo en la misma casa y con novio en otra casa, pero ya, a mis casi 30, es evidente que este no es un lugar de paso y que no va a haber otro hogar en algún tiempo considerable, si es que lo llega a haber.

"Madre mía, viviendo sola y con dos gatas a mis casi 30. Parezco una moderna...", le decía el otro día a mi hermana, de 27. Pero qué tontería si estás genial y eres muy joven, contestó ella. Tranquila, cariño, verás que en unos años todo cambia, me decía mi madre, que estaba escuchando la conversación. 

Muchos pensarán que mi situación es envidiable, y lo cierto es que no está mal. Tengo independencia económica, vivo sola y puedo mantenerme a mí y a mis animales, al menos de momento. Tengo mucha libertad. Pero lo que con 26 era un logro y algo excitante con 30 comienza a ser un apunte de fracaso. La madurez ya está aquí y yo siempre quise tener hijos joven. Nunca me han gustado las personas de 40 que pasean carritos de bebé, ni los que están en Tinder a esa edad y van a festivales drogados hasta arriba porque no tienen nada mejor que hacer con su vida. Yo no voy a ser una de esas, me decía, y está por verse. Cumplir los 30 viviendo con dos gatas (ojo, que las adoro) bien se parece al sexo sin amor: está guay durante una época y te colma de adrenalina, pero no puede ser un plan de vida a largo plazo, al menos no para personas como yo.

La historia es que pensar así hoy en día, sobre todo a mi edad, es visto por cierta parte de la población como facha, antiguo, viejoven, poco divertido, muy prisas y nada sexy. ¿Quién quiere atarse a un hijo a una pareja pudiendo tener sexo con allegados y sin compromiso por tiempo indefinido? ¿Quién quiere compartir sus días y sus noches con un ser humano pudiendo volar libre y sin ataduras? ¿Quién sabe qué querrá mañana o qué le hará feliz en unos años? ¿Alguien desea en serio desaprovechar sus 30 en cambiar pañales y en levantarse por la noche a dar de comer a un ser enano? ¿Acaso no debemos autorrealizarnos laboralmente y buscar la dicha y en sentido vital en nosotros mismos antes que pensar en tener familia?

Estas son algunas de las consignas que se repiten entre los de mi generación y las colindantes. Como bien dice Ana Iris Simón en su libro Feria, a los millennials se nos ha vendido que ser feliz era tener muchas emociones, compartir piso por aquello de vivir la experiencia, no tener nada en propiedad porque quién sabe mañana, viajar mucho para sentirse realizado y ser tolerante (como si eso no se aprendiese en casa), y no atarte a nada porque la vida da muchas vueltas... cuando en realidad esto es lo único que la mayoría podemos hacer y hacemos para ir tirando. Porque no queda de otra, en muchos casos.

Los estudios indican que en 1980 las mujeres españolas tenían su primer hijo, en promedio, a los 25 años. En 2016, la edad media de la primera maternidad se aproxima a los 31 años. El 30% de las españolas da a luz por primera vez a partir de los 35, algo impensable hace unas décadas. 

"La muy baja fecundidad española (apenas 1,3 hijos por mujer) está ligada a la creciente precarización laboral de los jóvenes (y no tan jóvenes), el escaso apoyo público a las responsabilidades de crianza de los menores de tres años, las dificultades para conciliar vida laboral, personal y familiar... (...) Tenemos que ser conscientes de que un empleo low cost nos conducirá a una sociedad low cost”, decía Agustín Blanco, director de la Cátedra José María Martín Patino de la Cultura del Encuentro, a raíz de un informe sobre la natalidad en nuestro país.

Es evidente que muchos jóvenes ni se plantean tener hijos porque ganando mil euros mensuales (si llegan) y con un trabajo en el que tienen que echar horas es casi imposible pensar en tener un crío al que cuidar y alimentar. No hay tiempo ni dinero ni estabilidad. Pero también es llamativo que a muchos jóvenes les da igual no poder ser padres y que otros tantos tienen dinero y estabilidad pero tampoco les apetece tener descendencia, al menos no en su juventud. Y todo es lícito, pero conviene analizar qué está pasando y hacia dónde vamos. Porque la historia de nuestros padres y abuelos a la de ahora nada tiene que ver, y dudo mucho de que hoy seamos más felices de lo que lo fueron ellos a nuestra edad.

Por qué los millennials no tenemos hijos (ni casi nada) antes de los 30: las causas

Pedro Herrero, creador y presentador del exitoso podcast Extremo Centro, entre otras cosas –y padre de tres, casado con la misma mujer desde hace 16 años–, lleva meses criticando, públicamente, a los jóvenes que no quieren familia y que se enorgullecen de que su máxima aspiración en la vida sea ir se festivales o hacer maratones de Netflix los findes en vez de casarse o tener hijos o aunque sea planteárselo. Cree que estamos perdiendo el valor de la paternidad, y sí pero lo cierto es que sólo algunos.

"No es lo mismo tener hijos a los 30 que a los 40. Y no, no es lo mismo buscar una pareja estable a partir de los 20 que a partir de los 30", decía Pedro ayer, es así. Pero ¿por qué la mayoría no entramos en esa franja de edad aunque queramos? ¿Y por qué algunos no quieren? Hay varias causas.

1) Inestabilidad laboral y bajos sueldos

Ya te lo he contado y no me voy a repetir, por el bien de ambos, pero si uno no puede ni mantenerse a sí mismo difícilmente podrá tener hijos. Y encontrar una pareja de tu edad que esté bien económicamente es harto infrecuente. Por lo que ambos, padre y madre (o madre y madre y padre y padre o sólo uno o 'une' que nadie se ofenda), tienen que esperar o buscar una pareja de más edad y que ya haya pasado este trance. Pero nos encontramos entonces con otro problema: que los más adultos con solvencia y ganas de comprometerse suelen estar divorciados y tienen hijos con custodias y planes familiares previos no aptos para todos los públicos. A todo esto se suma el papel de la mujer en la familia actual y sinceramente no quiero abrir hoy ese melón.

2) Inmadurez y autoengaño

A lo anterior se suma que la mayoría de jóvenes de 25-35 aún no han espabilado. Están en la madurez pero sólo en el DNI. Siguen viviendo como adolescentes, huyen del compromiso y piensan que la vida se basa en disfrutar del día a día y en hacer lo que a uno le apetece en cada momento. En autorrealizarse, viajar mucho y conocer mucha gente e ir a muchos festivales y probar sustancias. Porque vaya experiencia no veas qué risas el otro día conocimos a unos tíos qué fuerte fulano acabó desnudo y grabamos un vídeo qué pena que no estuvieras. Y así finde tras finde, año tras año, colocón tras colocón. Estas personas suelen madurar de verdad pasados los 37, calculo. Y entonces es cuando a algunos les entran las prisas y acaban con el primer ser humano decente y disponible que encuentran, se casan en un año o dos, tienen hijos y evidentemente se separan al poco porque las cosas no se hacen así. Otros no siguen este plan y se encuentran con 45 solos y con una planta que regar, y a muchos no les convence el plan.

3) Pérdida de comunidad y no encontrar con quién

Este tercer punto creo que es importante y que explica cosas. Antaño, uno vivía en su pueblo y no había mucho que pensar: pues obviamente te casabas y tenías hijos entre los 20-30. Y tampoco había mucho donde elegir: de los siete candidatos disponibles en el pueblo, cinco no valían por 'x' razones y entre los dos comenzaste a salir con uno, que acabó enamorándote y viceversa y todo fue fácil y comenzasteis una vida juntos con los mismos planes y objetivos, a corto y largo plazo.

Ahora vivimos en la ciudad. No nos conocemos los unos a los otros y los candidatos son numerosos y a la vez escasos. Nadie quiere comprometerse, otros depende del día y al final parece que nunca llegas a intimar con apenas nadie de verdad. Sí, compartís momentos, pero no es lo mismo. Todo el mundo va a su rollo. De hecho, si ahora mismo me dijeras que nombrase a siete personas de alrededor de 30 años, solteras y que quieran tener hijos sabría decirte sólo un par y de una no estoy segura. Se ha perdido ese sentimiento de la importancia de la comunidad, de crearla, de la tribu, el sentimiento de pertenencia a algo, el contacto con otros seres humanos y no a través de una pantalla, el tener relaciones verdaderas y duraderas, ya sean amorosas o de amistad. Y esto nos lleva al punto 4.

4) Ausencia de valores religiosos

Cuando yo era pequeña, la mayoría de niños de mi quinta hacíamos la Comunión. Al menos lo que yo viví: era algo que no se discutía. El crío tiene que tener educación religiosa y da igual que crea o no, se decía. Incluso teníamos la asignatura de Religión en los colegios públicos. Ya escribí del tema hace poco, y como conclusión: crecer en la religión te provee de unos valores que el resto no tiene. Te enseña la importancia del amor hacia los demás y de la familia, de hacer el bien para con los otros. Hoy en día les dicen a los niños que tienen que buscar su sueño, les apuntan a seis clases extraescolares semanales porque aprender piano no veas y el alemán es muy importante y tienen que desarrollar su creatividad, les dicen que tienen que ser los mejores de la clase, les planifican estudios en el extranjero y les premian por aprobar exámenes en Primaria (algo inaudito hace unos veinte años, pues era la única obligación que tenía el niño y había de hacerla sin discusión). El crío nace y crece pensando que es importante triunfar y tener dinero y no se le dice nada de lo otro. Ojo, no todos y no siempre. 

5) La búsqueda del éxito y la autorrealización

También tenemos la búsqueda del éxito laboral, de ser felices con nosotros mismos sin depender de nadie porque quién te va a querer mejor que tú a ti mismo. Hay un mercado exultante con este paradigma, pues los solteros gastan mucho dinero en gustar y en gustarse, en reafirmarse y en vivir experiencias, en viajar, salir de copas, de discotecas, de garitos, en construirse, en apuntarse a clases, en aprender cosas inútiles para mantenerse ocupados y sentirse útiles, en verse más delgados y fit. Un padre o madre, por lo general, destina el dinero a vivir y a ocuparse de su familia. Obviamente que se da sus caprichos, pero su inversión en estos nada tiene que ver con la de los otros. Y ojo, tampoco tiene tiempo de pensar en sí mismo hasta el punto de divagar sobre la verdad que esconde su sexo, si es binario, género fluid, heterocurioso o alguna de estas chorradas que se dicen hoy.

Y ya estaría. Es bastante evidente el panorama que tenemos. Triste, para mí. Además, y como siempre ocurre, los que hacen más ruido en los medios son los que 'van contra la norma', los que te dicen que lo guay y cool es no tener hijos y estar soltero y disfrutar de la vida y buscar tu verdadero yo porque los tiempos han cambiado. Y es cierto que han cambiado, pero ¿para mejor? Hay muchos millennials que evidentemente creen que sí y que no se plantean ni casarse ni tener hijos y son felices, pero hay otros muchos que sí que queremos lo anterior y que hoy por hoy nos es imposible por una cosa o por otra. Y el tiempo no juega a favor. Los años pasan y se acercan los 35 y luego los 40 y ya nada es lo mismo. Lo ha escrito hasta Houellebecq y ya es mucho decir.

Creo que nos estamos equivocando, como sociedad. Considero que alargar la juventud hasta los 40 no es producente, o quizá no para la mayoría. Pero, como dijo Rato, así es el mercado, amigo. En el fondo, los humanos sólo queremos querer y que nos quieran y crear nuestra tribu, y protegerla, cuidarla y hacerla crecer y hacer todo esto cuando toca, porque la energía y alegría vital decae con el tiempo, igual que ciertas oportunidades. Pero hoy en día es difícil, por todo lo anterior y porque nadie parece estar dispuesto a asumir el riesgo y sacrificio que implica tener descendencia y una vida en común, o si lo está no encuentra con quién o ahora no es el momento por trabajo o ya mañana veremos que tengo que explorar opciones y ahorrar. Este es uno de los grandes fracasos de nuestra generación, y es evidente, pero no todos nos damos cuenta.