Opinión

El apocalipsis, según Greta

Greta Thunberg en el evento del Comité Económico y Social Europeo 'Sociedad Civil para el Renacimiento'.

Supongo que recordarán este episodio de 'La Vida de Brian', de los geniales Monty Python. Pletórico tras pasar una noche de amor con Judith, Brian se levanta en pelotas para abrir las cortinas y se encuentra con una multitud que lo aclama. Desesperado, intenta convencer a la masa de que él no es el Mesías. “Estáis equivocados. ¡No tenéis por qué seguirme! ¡No tenéis por qué seguir a nadie! ¡Tenéis que pensar por vuestra cuenta! ¡Cada uno es un individuo!”. “¡Sí, cada uno es un individuo!”, responden al unísono. “¡Todos SOIS diferentes!”, insiste Brian. “¡Sí, todos SOMOS diferentes!”, corea el rebaño.

Esta escena me viene a la cabeza cuando pienso en los seguidores de Greta Thunberg. Sobre todo cada vez que veo a líderes políticos, empresariales y sociales escuchar con arrobo a esta adolescente sueca, nueva adalid de la lucha contra el cambio climático, ya sea en la ONU, en Davos o en la Comisión Europea. Es algo así como el Niño Jesús entre los Doctores. Solo que Greta no es tan niña: tiene 16 años. Y en lugar de reflexionar con el dedito en alto, lee discursos cosidos con eslóganes y abronca a sus oyentes.

Al contrario que Brian, Greta quiere que la sigan. “Hablo en nombre de la justicia climática”, soltaba en uno de los foros encopetados donde se prodiga. Greta no nos ha descubierto el cambio climático. Los científicos han llegado hace tiempo a un consenso sobre el calentamiento global y la influencia de las actividades humanas. Lo que el fenómeno Greta revela, más bien, es el grado de estulticia al que está llegando la humanidad, que queda patente cuando uno lee la historia de esta joven.

Greta no es tan niña, tiene 16 años, y en lugar de reflexionar con el dedito en alto lee discursos cosidos con eslóganes y abronca a sus oyentes

Han sido sus propios padres, un actor y una conocida cantante lírica (que por cierto representó a Suecia en Eurovisión en 2009, con nuestra Soraya), quienes han dado a conocer el expediente médico de Greta, que sufre un trastorno del espectro autista y TOC (trastorno obsesivo compulsivo), al igual que su hermana pequeña. En un libro que han publicado a mayor gloria de la familia, y que ya se está traduciendo a varios idiomas, la madre vincula los padecimientos de sus hijas, de los que no ahorra detalles, con el cambio climático. Según ella, son síntomas inequívocos del desorden del sistema.

Greta es inteligente y habla un inglés impecable. Toda la familia gira a su alrededor. Le han permitido que deje la escuela para ejercer de gurú. Ella se jacta de que ha logrado que sus padres se hagan veganos a base “de culpabilizarlos”. “Nos estáis robando el futuro”, les repetía. La madre ha abandonado su carrera artística para no tener que usar aviones, que contaminan mucho.

El problema es que haya gente que ha hecho creer a Greta que puede doblegar a la humanidad como ha doblegado a sus padres. Y es ahí donde uno se pregunta dónde está la sensatez. Primero de su familia. De los asesores que la rodean. De los medios, claro, que ya tienen una heroína, otra más, para apelar a las emociones, que venden más que la razón. De todos esos representantes políticos que juegan a la demagogia. Y de la legión de seguidores de la nueva “santita”, que diría Fernando Savater, dispuestos a linchar a quien ose cuestionarla.

‘No quiero que tengáis esperanza. Quiero que entréis en pánico’, espetaba en la ONU. De lo que entran ganas, además de cambiar el sistema, es de cambiarle la medicación

Porque ahí está la trampa. Quienes rodean a Greta, dicen los críticos, la están usando como “escudo humano”, aprovechando sus dificultades psicológicas para convertirla en una portavoz intocable. Y a partir de ahí se cierra el debate, cuando en realidad hay mucho que debatir.

Greta explica que el síndrome de Asperger le hace ver las cosas “en blanco y negro, desde otra perspectiva”. “Así que he visto lo que estaba mal en el mundo”. Y os lo estoy descubriendo, que estáis ciegos todos.

El caso es que confunde esa percepción con la realidad. Al oírla uno siente que de verdad está sufriendo. “No quiero que tengáis esperanza. Quiero que entréis en pánico”, espetaba en la ONU. “Quiero que sintáis el miedo que yo siento cada día”. Y de lo que entran ganas, además de cambiar el sistema, es de cambiarle la medicación. Esa cría vive angustiada. Ha llegado a decir que no valía la pena ir al colegio porque el mundo se dirige a su destrucción. No sé yo si la nominación al Premio Nobel le ayudará en algo. Su padre dice que ha mejorado mucho desde que empezó su particular cruzada. La duda es cuánto tiempo va a poder sostenerla.

Todos los expertos señalan que reducir el CO2 es un proceso lento y complejo, al contrario de lo que dice Greta Thunberg. La única energía que no produce emisiones es la nuclear, de la que abominan en general los ecologistas. No faltan quienes denuncian un trasfondo perverso en el discurso apocalíptico que reproduce la joven: una visión malthusiana que aboga por el decrecimiento (en Occidente) e implicaría la dependencia europea de China, que tiene el monopolio de metales raros necesarios para las energías renovables, y de Rusia, por el suministro de gas, que compensa las insuficiencias de la eólica y la solar. “Son propuestas retrógradas que tendrían consecuencias sociales, políticas y climáticas catastróficas”, muy aplaudidas por los lobbies de las empresas gasísticas y de las renovables, asegura un experto en la revista francesa Le Point.

Hombre, al menos Greta Thunberg sensibiliza a los jóvenes sobre el cambio climático. Está muy bien, sí. Pero yo pediría a la alegre muchachada que después de manifestarse los viernes gritando eslóganes épicos, mostrara de verdad su conciencia ecológica recogiendo el reguero de desperdicios del botellón posterior.